31 de diciembre de 2011

13 de diciembre de 2011

Libro de la semana: El invierno del dibujante


El invierno del dibujante
, de Paco Roca.
Publicado por Astiberri, 2010.

Portada

Un año he tardado en encontrar el momento para leer esta maravilla. Incluso el montón de premios que ha ido acumulando a lo largo de este tiempo ha tenido poco que hacer para que me animara a hacerlo. Me daba pereza. Sin embargo ayer me encontré de bruces con ella y decidí que el momento había llegado. En una mañana lluviosa y sin salir aún de la cama, con un café en una mano y el libro en la otra, me he leído la historia de principio a fin. Sin pestañear ni una sola vez.
Paco Roca narra la breve aventura de la revista Tío Vivo a la perfección. Y creo personalmente que ése es el secreto de su éxito, el enfoque y narración. A pesar de ser una historia compleja y poco atractiva para ser contada en viñetas, él la convierte en dinámica, rápida, interesante y muy entretenida. Un trabajo de factura impecable.

Viñeta de El Invierno del dibujante

Muy bien documentado, Roca refleja con facilidad la complejidad y el espíritu de las dos Españas y los años 50. Es el momento en el que se comienza a “levantar” cabeza tras la posguerra, con el inicio del plan Marshall de por medio y la convivencia de los vencedores mandando sobre unos vencidos que luchan por no acabar asimilados por dicho régimen. La editorial Bruguera vive su momento de esplendor, está pasando de ser una empresa familiar a una grande y ambiciosa, que al igual que en el resto de Europa y Estados Unidos, no respeta los derechos de autor. En mitad de la dictadura aparece un grupo de valientes, Conti, Cifré, Escobar, Peñarroya, Nadal o Vázquez, los grandes dibujantes e historietistas de la época. Nombres que apenas recordamos y sin embargo nadie puede olvidar a sus creaciones. Zipi y Zape, el Botones Sacarino, El Capitán Trueno o Mortadelo y Filemón dibujaron nuestras infancias y las de nuestros padres. Fueron nexo de unión entre abuelos y nietos. Una historia maravillosa de rebelión y búsqueda de uno mismo donde un grupo de locos sueñan con controlar su propia vida. Locos que usan sus mejores armas, el dibujo y el humor contra la censura y la ausencia de libertad.

8 de diciembre de 2011

Fases del Dibujo Infantil

Hoy voy a escribir sobre Georges-Henri Luquet (Francia, 1876-1965) y su teoría del dibujo infantil. Últimamente le doy vueltas a esto, quizá por mi predilección por el Art Brut o por el taller en el que participé el mes pasado en la Casa Encendida con Antonio Ballester (http://whatdoidraw.blogspot.com/2011/10/expo-en-la-casa-encendida.html). Ayer además asistí a una charla sobre Visual Thinking que impartía Rafael Vivas en el museo ABC, donde se abordaba de forma indirecta el dibujo infantil y la utilidad de rescatar dicha esencia para su uso en el diseño y la ilustración.
Luquet fue un catedrático de filosofía que además tenía una hija. Este detalle sin aparente importancia es fundamental en esta historia porque la pequeña Simmone, como todas las niñas de su edad, dibujaba y su padre observaba atentamente lo que hacía. Tanto, que decidió estudiar algo en lo que hasta el momento nadie había reparado, el realismo y la imitación del dibujo infantil, que según él lo definen. Porque los niños siempre dibujan “algo” real y que de alguna forma conocen.
Según el filósofo se establecen cuatro fases a lo largo de la infancia:

Primera fase: realismo fortuito

El niño de 2 años comienza a hacer sus primeros garabatos, éstos no parten de una necesidad artística sino de una actividad motora (lo sé, todos pensabais que vuestros retoños eran pequeños Picassos…), lo que ocurre es que el niño reproduce movimientos que ha visto y que además dejan una huella (increíble, el hombre y su eterna necesidad de dejar huella comienza ya a tan temprana edad). Resulta divertido y fascinante el poder experimentar con este nuevo descubrimiento. A esto se une el reto de relacionar imágenes mentales con imágenes dibujadas que se traducen en una comprensión de la realidad. Además, para reproducir la realidad y llevar a cabo su dibujo es necesario un cierto control del movimiento. A todo esto hay que añadir el aspecto afectivo que es lo se refleja en los temas que elige cada uno en su representación. En definitiva, toda una liberación porque además descubren que es un campo en el que tienen, por fin, total libertad ajena a la influencia de un montón de adultos siempre pendientes de él.
Ante esto, cuando preguntas al pequeño qué es lo que ha dibujado su respuesta es que nada o que sólo es un dibujo. Pero de repente descubre el parecido con algo (por ejemplo una casa) y a partir de ése momento, decide muy contento que lo que ha dibujado es una casa.


Segunda fase: realismo frustrado

El niño de 3 a 4 años dibuja con toda su buena intención un barco pero encuentra obstáculos que le impiden lograr dibujar un barco tal y cómo debería. No logra controlar las proporciones porque hay una incapacidad de síntesis. Por suerte, le da bastante igual todo esto y sigue disfrutando como un loco con sus rotus de colores y una fantasía desbocada.

Tercera etapa: realismo intelectual

El niño entre 4 y 8 años ya no dibuja lo que ve, dibuja lo que sabe. De ahí que sus dibujos sean un tanto surrealistas, hay transparencias que dejan adivinar objetos que están ocultos como un huevo que deja ver al pollito que lleva dentro o proyectan objetos sobre el suelo.

Cuarta etapa: realismo visual

A partir de los 8 o 9, la realidad ya es tal y como la está viendo, supongo que es el fin de la inocencia y por tanto de la “gracia” del dibujo. Con esta etapa llega la tragedia y el gran misterio de porqué dejamos de dibujar. Aparece un agotamiento en la actividad hasta desaparecer en la mayoría de los casos.
Para el adolescente, el acto de dibujar no tiene el mismo significado que para un niño, la importancia del valor estético reemplaza a la inocencia y de repente, ir contra el realismo convencional parece un delito. Los pocos que siguen dibujando lo harán de forma oculta porque ahora, dibujar es demasiado personal e íntimo.
La razón de porqué ocurre esto sigue siendo un misterio. Puede que la enseñanza no haga mucho por favorecer la expresión individual, además ser adolescente es suficientemente complicado y doloroso como para estar preocupado por desarrollar el lado artístico. Algunos retoman el dibujo en algún punto de su vida pero muchos otros no lo harán jamás porque curiosamente hay un pánico irracional a dibujar “mal“. Como si después de años de teoría del arte aún no supiéramos que arte no es imitación, ¿cómo se puede dibujar mal un sentimiento o una necesidad?