28 de febrero de 2010

Fortuny

Primero he de manifestar mi admiración y apoyo al Museo del Traje. Un lugar que casi nadie conoce, o mejor dicho casi todos desconocen y sin embargo, nada tiene que envidiar a otros museos especializados en la misma temática (me atrevo a compararlo sin ningún miedo con las secciones de moda del V&A, Met o el Museo parisino de Artes Decorativas).
Lo malo, como todo lo artístico en este país es que se trata de un proyecto poco promocionado (de ahí que nadie sepa de su existencia y si lo hace, no siente la más mínima curiosidad al respecto, a pesar de la agenda tan variada e interesante con la que cuenta). Por si fuera poco, resulta que se trata de un maravilloso proyecto con fecha de caducidad. Increíble, ¿no? Invierten un montón de millones en habilitar un edificio (el antiguo museo de arte contemporáneo), organizar un equipo de restauración y un archivo de conservación de trajes y tejidos, etc. Y todo, ¡para cerrar el museo en 2013! Genial, eso se llama apoyar a las artes.

El último evento al que asistí fue, hace unas semanas y con motivo de la exposición de Mariano Fortuny y Madrazo, a la mesa redonda en torno a esta figura, titulada Alquimista y traductor. Contó con la presencia de Jorge Lozano (semiólogo), Claudio Franzini (responsable de los archivos del Museo Fortuny de Venecia), Eloy M. de la Pera Celada (comisario de la exposición) y Guillermo de Osma (autor de M.Fortuny. His life and work. NY 1980. Libro que curiosamente no cuenta con edición española, aunque tanto su autor como el personaje del que escribe sean españoles).

Fortuny respiraba arte. Nació en el seno de una familia culta y refinada. Su padre, el gran pintor español Mariano Fortuny y su madre, Cecilia de Madrazo, cuya familia dirigía el Museo del Prado y eran además los retratistas más afamados de su tiempo.
Fue pintor, grabador, escenógrafo, editor, inventor de nuevas técnicas de iluminación, diseñador y fotógrafo, o como le llamaríamos hoy en día, artista multidisciplinar.
De ahí el título, alquimista, por su sentido de fusión en el une elementos de la antigüedad y traductor, porque codifica dichos elementos a un lenguaje moderno y ecléctico.
Fusiona arte y técnica no sólo en moda, sino en todos los ámbitos en los que se mueve con tan “sólo“ la belleza como único motor. Proust le nombró en su obra En busca del tiempo perdido. Todo un honor, teniendo en cuenta que fue el único personaje que conservó su nombre real.
En la exposición se ha tratado de recrear la estética del entorno refinado en el que se movía (casa y estudio).

Pero me quiero centrar sobre todo en el movimiento que se está creando en aquéllos años (1900-1910). Es una época en la que la indumentaria femenina se basaba en los llamados corsés “salud”, que hacía que el cuerpo se mantuviese rígidamente derecho por delante, empujando el busto hacia delante y las caderas hacia atrás, creando la peculiar silueta en forma de “ese”, típica de este periodo. Independientemente de la apariencia estética, se trata de un “look” terriblemente penoso y sacrificado. De ahí que se inicie un movimiento que aboga por el abandono de estos artefactos incluyendo las crinolinas, que consideraban como una imposición artificial a la forma del cuerpo y como una limitación al movimiento físico e social de la mujer. Es una reacción intelectual movida por médicos y pintores.


Por esta razón, muchos artistas de la época “diseñan” moda, tratando de ofrecer otras opciones con mayor o menor éxito. Encontramos a Klimt, Sonia Delanuy, Grupo Omega (del que ya hablé anteriormente en este blog),… Marinetti, posicionado en contra del lujo femenino (no olvidemos que es en 1909 cuando publica su manifiesto futurista). Y así hasta 1910, cuando Poiret, el gran diseñador de moda, junto con los Ballets rusos, consiguen dar el cambio definitivo al atuendo femenino.




Por otro lado, vemos más ejemplos en las obras de los prerrafaelistas. En concreto me viene a la memoria la pequeña exposición del año pasado, organizada por El Prado “Sleeping Beauty”. En la maravillosa Flaming June de Leighton, vemos a una mujer que viste un vestido vaporoso, libre, ligera y sensual. Se ha desprendido de las armaduras que normalmente utilizaban.



Fortuny, junto con su pareja, Henrietta Nigrin, crean en 1903 un laboratorio de ideas en el que controlan como otros artistas del momento(Morris, por ejemplo)todo el proceso de creación, desde la selección del algodón, el tinte, estampación, diseño, incluso el proceso de venta.

De aquí surge el chal Knossos, una franja rectangular de seda que drapean y modelan sobre el cuerpo, con motivos decorativos que extrajeron de su viaje a Creta y de un encendido cromatismo (aprovecho para destacar el especial interés que sentía por la luz y sus entonaciones). En 1907, lo presenta en Berlín con la bailarina Ruth St. Denis.
Luego llega el vestido Delphos, de corte extremadamente sencillo, dibujando la anatomía y cuya técnica de plisado textil es aún de desconocida fórmula. Usó como referente trajes atemporales como el kimono japonés.



La siguiente fotografía es Natasha Rambova, actriz y esposa de Rodolfo Valentino, luciendo un Delphos.


Sin duda es un vestido que no pasará jamás de moda y que resume toda la belleza y elegancia de la mujer. Miyake, su gran deudor, impregna toda su admiración por Fortuny en sus famosos Pleats Please.


¿Pero quién osaba vestir estos atrevidos trajes "de interior"? Obviamente, artistas y bailarinas, actrices de Hollywood… en realidad, un limitado grupo de mujeres liberadas y valientes, así como ricas. Isadora Duncan y Martha Graham lo usaron para bailar. Susan Sontag pidió que la enterraran con uno, testimonio que su querida Annie Leibovittz nos dejó en una imagen que refleja amor y pasión por una vida dedicada al arte y la belleza, incluso en su lado más amargo.

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