23 de enero de 2010

¡QUÉ GRANDE, DONATELLO!


Y de repente ví la luz. Entendí lo que mi profesor de Renacimiento trataba de explicarnos en medio de una clase semioscura, apenas iluminada por el reflejo de las diapositivas. Cansados, con un ojo mirando la hora y el otro grabando la imagen, demasiado concentrados en retener información…
Un par de años después, caminando distraída por el Victoria & Albert Museum, aparecía ante mí La entrega de llaves a San Pedro (Altar de la Capilla Brancacci, Nápoles. 1425-30). Imposible describirlo. Nada de lo que pueda decir aquí podrá sonar consistente. Sólo cursi y barato. Entendí la pasión que trataba de comunicarnos aquél catedrático, las razones por las que el artista fue el 1º en igualar a los grandes escultores de la antigüedad, su fuerza innovadora, su elegancia, su delicadeza. La expresión suprema del espíritu. Ni más ni menos.
Y recordé por qué hago Historia del Arte.


O bien el espíritu de Donatello mueve a Buonarroti
O bien el de Buonarroti movió primero a Donatello

Vasari

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