20 de diciembre de 2009


















El año pasado justo por e
stas fechas, en un día de frío y nieve, recorría los amplios pasillos del Staatliche de Berlín, cuando al entrar en una sala, mi amiga se giraba con gesto de sorpresa y admiración. Con su expresión cómplice me estaba diciendo ¡ey, esto te encantará! Lentamente se apartó y apareció en su lugar El monje frente al mar, una obra tan hermosa que te abduce hasta convertirte en ese mismo personaje, entonces te invade una sensación de inquietud, sientes el viento frío rozando tu cara, te conmueves ante el poder de lo sublime, te asusta la escala del espacio, te haces pequeño y la amplitud de la soledad lo llena todo hasta que la sensación de desamparo te vence. Increíble, ¿verdad?
Por esto, cuando supe que la Fundación Juan March organizaba una exposición sobre dibujos de Caspar David Friedrich (1774-1840), decidí que no me la perdería.

La muestra reúne un gran número de dibujos y anotaciones del artista. En general son bocetos que realizaba en sus cuadernos de viaje mientras atravesaba los enormes y misteriosos bosques de la Alemania del XIX.
Era la época de las guerras napoleónicas, en concreto Francia ocupaba ya la mayoría de los territorios alemanes. Esto provocó el despertar de los ideales nacionalistas de los que Friedrich era partícipe aunque conservó siempre su nacionalidad sueca.

En sus anotaciones recogía con verdadera devoción cada detalle de lo que veía, llevándolo al extremo. Maravillosa la atención y el detallismo microscópico que prestaba a cada árbol, rama, hoja que dibuja. Aislados, irradiando majestad, misterio. Temas paganos tratados con una devoción religiosa de la que él era especialmente partícipe. Y no puedes dejar de observar su voluntad de exactitud, cómo logra aislar ese instante en la inmensidad del tiempo y hacértelo llegar dos siglos después al minuto en el que tu rostro se pega al cristal que te separa de la obra, ante la atenta mirada del guarda de seguridad. Quizá era esto lo que inconscientemente trataba de conseguir, cuando apuntaba una y otra vez la fecha de cada dibujo que hacía.
Entonces me vino a la cabeza que precisamente es en esta época de viajes y anotaciones cuando se supone que hubo un intento de suicidio por su parte. Me resulta sobrecogedor que entre tanta naturaleza retratada, la idea de la muerte esté tan presente.
Marcado por ella cuando le roba a su madre primero, a sus dos hermanas más tarde y finalmente a su hermano, ahogado por intentar salvarle al hundirse en el hielo cuando tan solo tenía 7 años. Esto especialmente le despierta para siempre un sentimiento de culpa, haciendo de él un personaje tímido, cerrado, melancólico, atormentado. Aspectos que con la edad acabarían apartándole de su entorno incluyendo a su mujer e hijos.

Friedrich fue el paisajista romántico alemán por excelencia. Perteneció a la 1ª generación de pintores libres, que no pintan por encargo.
Le precede una tradición de pintores centroeuropeos como Durero, que hicieron paisajes cósmicos o sublimes pero a diferencia de ellos, Caspar D. F. se inspira en lugares que conoció de verdad, un realismo inédito hasta entonces. Lo que él pinta en el fondo es el aspecto metafísico, viendo el arte como un vehículo que media entre las dos grandes creaciones de Dios, la naturaleza y el hombre.
Qué mejor manera de acabar que recordando una frase suya que resume todo lo dicho por mí:

“El pintor debería pintar no solo lo que se encuentra frente a él, sino también lo que ve en su interior. Si no logra ver nada, debería dejar de pintar lo que se encuentra frente a él“.

No hay comentarios:

Publicar un comentario