17 de octubre de 2009

Beyond Bloomsbury forever…


“It´s time the spirit of fun was introduced into furniture and fabrics. We have suffered far too long from the dull and stupidly serious”.
(R. Fry)


Érase una vez hace mucho, mucho tiempo, un grupo de artistas que decidieron olvidarse de sí mismos, unir sus fuerzas creadoras e ir contra corriente.
Nos tenemos que trasladar a principios del siglo XX. Mi época favorita. Estamos ante un personaje llamado Roger Fry, pintor y crítico, que en 1913 decide crear los talleres Omega.
Fry había visitado París en 1911 y aprovechando un hueco en su apretada agenda, va y visita el estudio del snob Poirot (para los que no lo conozcan, el “diseñador de moda de la época”). Anteriormente debió haber visitado también Viena y los talleres de 1900, rollo Hoffmann, etc… El caso es que inspirado por estos ambientes artísticos, llama a unos amigos y les propone formar un colectivo. Sus amigos no eran tipejos comunes si no Vanessa Bell (qué nombre tan bonito, ¿¿no?? Pues hermana de Virginia Woolf, por supuesto), Duncan Grant, Winifred Gill y otros artistas del famoso grupo de Bloomsbury.

Se trata de un laboratorio de ideas que parte de lo espontáneo y fresco del trabajo artesano pero con la intención de satisfacer necesidades. Su intención es expresar el gusto e ideas del hombre culto y moderno, para lo que se inspirarán nada más y nada menos que en corrientes que están surgiendo en ese mismo momento, desde el cubismo de Picasso, el puntillismo de Seurat o la abstracción lírica de Kandinsky. Ambicioso, ¿no? Sin miedo pero con gusto, se lanzan a experimentar aunque lo que en el fondo están haciendo es combatir la Inglaterra eduardiana desde una rabiosa vanguardia. Son valientes en el uso del color y sus diseños se caracterizan por un dinamismo abstracto.
Los artistas pasan de firmar individualmente sus trabajos. En vez de eso todo lo que hacen lleva impreso el sello de la letra griega omega. Menudos hippies. Los clientes de estos talleres eran, como no, la gente “cool” de la época; Virginia Woolf, Bernard Shaw, H. G. Wells, Yeats, etc. El taller permaneció abierto hasta 1919.

Creo que lo romántico de toda esta bonita historia era sobre todo su intención de ofrecer al público un producto artístico y de calidad, frente a la reproducción mecánica y aburrida de la gran industria. Algo que vuelve a estar de actualidad.
Fry era Quakero, algo curioso que comentar y que en mi opinión viene al caso, ya que su responsabilidad cívica es lo que con mucha seguridad le permitió ver en el grupo Omega una alternativa a la gran guerra y una manera de poner en práctica su pacifismo. Se declaraban objetores de conciencia. Lo dicho, una panda de hippies. Sus clientes no solo recibían un trato personal y piezas únicas, si no que debían tener dinero, buen gusto para un estilo moderno, y además, accedían a una conciencia de ideales controvertidos, que demostraban a través de su apoyo o tolerancia a una manera de pensar que iba contra la norma establecida.

Tuve el placer de ver ejemplos de sus trabajos en la Courtauld Gallery. Si vais a Londres os lo recomiendo. Museo pequeño pero de gran calidad. Merece la pena ser visitado porque además de ser tranquilo, hay pocos turistas. Los visitantes pasean en silencio por las salas y puede incluso que ¡no haya nadie ese día! La exposición se llamaba “Beyond Bloomsbury. Designs of the Omega Workshops, 1913-19”, pero ya acabó. No obstante, si tienes curiosidad después de leer toda esta parrafada y sientes mucho habértelo perdido, ¡no desfallezcas! Por suerte los ingleses guardan de todo en ese gran contenedor que es el Victoria & Albert.

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